Posted by : MAKUTEROS enero 28, 2015




"Queridos amigos y familia: 

Después de tres días en Quito, tomamos el bus a las 9:45 dirección Esmeraldas. Pasar la noche en un autobús no es nada agradable para la espalda y cuello, se nota que ya no tenemos 20 años. Los niños, sin embargo, lo llevan mejor que  nosotros y duermen a pierna suelta. Del frio y la altura de Quito pasamos al calor tropical y pegajoso de Esmeraldas en unas 8 horas de viaje. La llegada al terminal a las 5 de mañana, nos descoloca un poco, pero en seguida nos rehacemos y conseguimos billetes para el primer autobús a Mompiche.

Una cabezada de una hora en este trayecto alivia nuestro sueño y en media hora más llegamos al cruce con la carretera que lleva a Mompiche. Compartimos taxi con otras dos personas mientras vemos el amanecer. Son las 7. El pueblo está todavía aletargado, durmiendo. Nuestro alojamiento se encuentra un poco alejado, hay que cruzar un río que, a estas horas, con la marea baja no presenta ninguna dificultad. Nuestro chofer nos indica que tengamos cuidado pues más tarde sube la marea y ya es peliagudo cruzarlo. Sobre una playa de arena, de unos 500 metros de anchura, el taxi recorre los 2 kilómetros que nos separan de nuestro alojamiento, Cabañas del Mar. Estamos deseando llegar, la noche se ha hecho larga. 

Nuestro bungalow en Mompiche

A primera vista se asemeja a las cabañas frente al mar de la isla de Robinson Crusoe. Nos acercamos, a lo que parecía la casa principal, y llamamos. - ¡Hola!, ¿hay alguien?, al poco oímos un ruido en la parte superior y un hombre joven, de unos 35 años, con cara simpática se presenta, - me llamo David -, junto a él baja un niño pequeño, de unos 4 años. Candela y Mateo le preguntan cómo se llama y él con mucho desparpajo responde: - Jonas. Mientras los papás nos retiramos a colocar en la habitación las mochilas, Candela y Mateo, se van a la playa con Jonas y éste les enseña el lugar. Parece que está encantado con la idea de tener dos niños nuevos para jugar. El cansancio de no haber pegado prácticamente  ojo en el traslado nocturno nos pasa factura así que, después de colocar la ropa, nos echamos un rato, mientras, los niños, ya con bañador, juegan en la playa.

A la hora de comer, nos revitalizamos y David nos prepara una comida a base de ceviche, pescado y conchas. Es un lujo poder degustar a pie de playa estas exquisiteces, el único fallo, ¡no hay cerveza para acompañar esta maravillosa comida! Se lo digo a David y me promete que, para la cena, no faltará “agua de cebada”. Dicho lo cual nos volvemos a la habitación para ponernos los bañadores y proceder al primer baño en el Pacífico. La playa va mas allá de lo idílico, es un lugar entre paradisíaco y mágico.

El baño familiar lo disfrutamos de manera plena. Juegos, risas, abrazos y brazadas, ponen de manifiesto las ganas que teníamos de mar y playa. La puesta de sol es espectacular.


Es la hora de los mosquitos y provistos de pulsera antizancudos y spray ahuyentador bajamos a degustar nuevamente la cocina de David. Ahora sí, con una cerveza, los mayores repetimos ceviche y pescado, mientras los pequeños comen algo de pollo y ensalada. David nos cuenta como él, originario de la zona de Manta, y su mujer, deciden fundar una familia y acaban viviendo allí, en Mompiche. Su esposa no está, se ha marchado a Suiza pues su hija bebé, sufre una enfermedad al haber nacido prematura, que es difícil de tratar en Ecuador y el mejor tratamiento se realiza allí. Nos habla de la dificultad de vivir separados por este tema, y de la cantidad ingente de recursos económicos destinados a la enfermedad. Con el corazón compungido nos retiramos a nuestra cabaña, en el segundo piso, para dormir.

Durante la noche los mosquitos nos ponen finos a picaduras, a pesar de las mosquiteras que están puestas en las ventanas. Nuestras pulseras antimosquitos parecen no tener ningún efecto frente a estos zancudos agresivos. Decidimos encender un rosco, de esos que se queman, para evitar que los dichosos zancudos se sigan dando un festín a nuestra costa.

Una vez puesto el uniforme de playa, bañador, chanclas y camiseta, bajamos a desayunar y conocemos al hijo mayor de David, un chaval de 16 años que junto con su primo de 18, ayudan a sobrellevar la temporada. Mientras desayunamos huevos, tostadas, café y algo de fruta, llegan a nuestro particular paraíso de las Cabañas del Mar unas chicas americanas en un todoterreno. El tiempo pasa deprisa entre chapuzones y juegos en la hermosa playa. La marea esta subiendo, pero pese a ello decidimos ir hasta el pueblo, situado a 20 minutos dando un paseo por la playa. Poco a poco, el agua sube y la playa “encoje”. Cuando llegamos al cruce del río el mar ya lo ocupa todo. El riachuelo que vimos al llegar se ha convertido en un enorme río. Nos quitamos camisetas y zapatos y, con todo en la cabeza, comenzamos a cruzar al otro lado. El agua nos llega hasta el cuello, los niños directamente nadan para cruzarlo y, aunque no olemos peligro, no deja de ser una experiencia arriesgada con tonos aventureros. Cuando alcanzamos la otra orilla los niños piden volver a cruzarlo, están con la adrenalina a tope.

Nos adentramos en Mompiche y vamos a una pequeña tienda, donde compramos galletas, bollitos y fruta, que nos servirán como merienda para los niños. Nos acercamos al puerto de pescadores, y aunque el ambiente no es hostil, está lejos de resultar amigable. La gente aquí no sonríe, ni saluda, ni parecen demasiado abiertos al turismo. Preguntamos por la posibilidad de rentar un bote o lancha para ir a ver ballenas. Todos los pescadores coinciden en que todavía no es la época para realizar esta actividad. Ninguno de ellos todavía ha divisado ninguna. Nuestro ánimo se desploma, pues es una de las actividades que deseábamos hacer aquí. Acabamos comiendo en un restaurante unos “sanduches” o bocadillos. Durante el retorno, ya por la tarde noche, contemplamos otro de esos atardeceres mágicos mientras caminamos por la playa. Cae la noche, equipados con linternas, recorremos el último kilómetro que se hace más misterioso y divertido en la oscuridad.


David nos prepara la cena y, aunque esta vez no es a base de pescado, sino de pollo, está muy buena y sabrosa. Por la noche, de nuevo nos recubrimos con antimosquitos, pero esta vez nos ponemos manga larga por lo que pueda ocurrir, y encendemos también un rosco de humo. Nos dormimos bajo un manto estrellado y con el ruido de mar de fondo. Hay pocos lugares en el mundo donde la paz tome la forma del lugar.

Amanece. Los temibles vampiros nocturnos han hecho de las suyas y los peques están ¡llenos de picaduras! Piernas, brazos, espalda, … incluso a Sonia le han picado en un ojo y se le ha hinchado como un huevo. De nuevo, con el “uniforme playero”. Desayunamos y acompañamos a David a dar una vuelta junto a sus hijos, con la lancha que poseen para ir de compras al pueblo de al lado. Nos enseñan a hacer surf remolcados por la motora. Es bastante difícil porque, a parte de equilibrio, hay que tener mucha fuerza en los brazos para conseguir ponerse de pie mientras la lancha tira de ti. El único que consigue hacerlo es Mateo. Lo pasamos genial navegando por los canales salados y los manglares. Visitamos la parte más industrial de la zona, donde se cría el “camarón”.

En nuestra última noche en Mompiche, David nos prepara una cena especial de despedida. Camarones y conchas con pescado al curry hacen las delicias de todos, mientras, uno de los hijos nos prepara una gran hoguera al borde de la playa. Los niños danzan alrededor del fuego como improvisados indígenas. Se nota, sin duda, nuestra alma tribal y todos procedemos a seguir el ritual de las llamas sumergidos en la hipnosis de los elementos, agua, aire, tierra y fuego.


Un nuevo día. Preparamos para la partida las mochilas, hemos desayunado tortillas y ya está el mototaxi esperando para llevarnos al autobus dirección Atacames. Unos abrazos y apretones de manos, sirven de despedida definitiva este paradisiaco lugar.

Dos horas más tarde llegamos a Atacames. Esta ciudad es el lugar de veraneo de muchos Ecuatorianos pero sobre todo hay muchos colombianos. Una vez decidido nuestro lugar de alojamiento, un apartamento en un edificio con piscina y aire acondicionado, vamos a la concurrida playa, nada parecida a la solitaria Mompiche. Nos ofertan, por un precio muy bajo, ir a ver ballenas. Todos nos miramos sorprendidos y, sin dudarlo, contratamos el servicio con la ilusión de ver finalmente a estos cetáceos.

Dos horas en un barquito, con dos enormes motores, nos conducen mar adentro hasta que, tras varias vueltas, divisamos las primeras ballenas. Los niños alucinan con la envergadura de estos animales. Nosotros también, la verdad. Nos sentimos un poco estafados porque el paseo dura más de tres horas, de las cuales dos horas cuarenta y cinco, han sido de traslado. Sólo hemos permanecido 15 minutos en la zona de ballenas. Una sensación agridulce, recorre nuestro ánimo, casi no hemos podido disfrutar, pero la verdad es que estábamos muy alejados de la costa. A la vuelta alquilamos una tabla de bodyboard, para que los niños se diviertan con las juguetonas olas. Mientras, desde las tumbonas vigilamos como Candela y Mateo ríen y se deslizan sobre la espuma del mar.

Después de agotar el tiempo de tabla, Candela se queda prendada de una de las actividades que se realizan en la playa el “parasailing”. Una lancha motora te eleva por los aires, mientras sobrevuelas la costa sujeto con un arnés a un paracaídas. El precio es bastante económico, de hecho hay cola para hacer esta actividad.

Los niños se lo pasan de miedo. El vuelo acaba en el mar para los pequeños, que dispuestos de chalecos salvavidas flotan en el agua tras el aterrizaje, hasta que son "jalados" por dos operarios de la empresa.

Preparando un riquísimo cebiche en la Playa de Atacames - Ecuador

Aprovechamos para comer en la zona de las cebicherías. En Atacames la gente es abierta y más alegre. Se nota que están acostumbrados a trabajar con turistas, el ambiente no tiene nada que ver con el de Mompiche. A la hora de la cena nos “apretamos” un buen pescado y de postre un gran batido de frutilla. Ha sido un fin de fiesta perfecto para todos. Nuestro próximo destino, una localidad a las afueras de la capital ecuatoriana, el lugar ideal para ver por primera vez el vuelo del ave que da nombre a nuestra ruta: el cóndor.



Para todos aquellos que os guste la aventura y queráis descubrir otra forma de Viajar en Familia, os invitamos a ver nuestros videos de viajes, disponibles en Youtube: Canal Makuteros, donde podréis disfrutar de la primera Temporada que nos llevó desde China hasta Australia. La segunda ruta, por Sudamérica, podéis disfrutarla en el site de RTVE: www.rtve.es/familiamochila

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